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Emociones muy humanas

Emociones muy humanas

Fecha de publicación: 29 de enero de 2016

Podemos confundir fácilmente opiniones con creencias, e incluso establecer como verdades lo que no son más que conjeturas, cuando la prisa – y la presión social – nos proporcionan suficiente coartada para abandonar la parsimonia del método científico.


La psicología en general y en particular el tema que hoy sometemos a debate, están en la frontera de este tipo de urgencia. La década del cerebro se va a saldar con más preguntas que respuestas, haciendo verdad el aforismo de George Bataille en el sentido de que lo próximo es lo que nos resulta también más extraño. Las emociones nos resultan extrañas por proximidad y por urgencia. Una urgencia por comprender la frontera entre razón y sentimiento que arranca de la Grecia Clásica, plenamente conscientes de la debilidad de las decisiones tomadas con y por el corazón. Una proximidad que nos hace extraña la última razón de todo lo pensado: el cerebro como sede de circuitos neuronales y chips biológicos.


Nuestra cultura, orgullosa y autocentrada, prefiere ignorar sus cimientos emocionales para admirar las creaciones del lenguaje. No puede extrañarnos que se haya encallado en la comprensión de su propia conciencia y que se pregunte perpleja por qué razón no se ha hecho realidad la profecía de crear ordenadores capaces de tener plena conciencia de su “yo”. La conciencia humana no parece residir en un procesador, o en un área cerebral concreta, sino que nace por la interacción dinámica de varios procesadores y de varios tipos distintos de memoria y de sensores “periféricos”, (en argot informático). Por ello la tarea de crear a nuestra imagen y semejanza un alma de silicona, será una tarea ingente propia de dioses. Entre otras cuestiones significará comprendernos más y mejor, y no precisamente en el aspecto lógico, - los lenguajes de programación están mejor capacitados que la mayor parte de humanos – sino en la geografía borrosa de las intuiciones, de las emociones y de los sentimientos, en los cimientos rudimentarios del acto de pensar que permiten el milagro de que las cosas no sean ni blancas ni negras, ambigüedad hoy por hoy vedada a la inteligencia de sílice. Tenemos y a la vez deseamos hacer realidad el sueño de un ordenador que entone el “cogito, ergo sum”, pero estamos lejos de saber qué demonios encierra esta frase, en qué consiste la emoción de sentirnos emocionados, y por qué sólo nos hacen cambiar las verdades que nos emocionan.


Ofrecemos en este número de HUMANA varios análisis de las emociones: desde la perspectiva psicológica a la biológica, desde aspectos teóricos a otros relacionados directamente con nuestra profesión de médicos. También damos algunas claves para el control emocional y la motivación, (no podía ser de otra manera en el siglo de los “manuales” y el “hágalo usted mismo… ¡ya!). No quisiéramos, sin embargo, alimentar la ilusión de que es posible dominar mediante la razón el mundo emocional. Eso resulta imposible, (las emociones son previas a la razón, y por consiguiente sólo podemos influirlas parcialmente), y además poco o nada deseable: estamos lejos de poder diseñar un mundo “racionalmente” emocional. Las emociones tienen razones que la razón no comprende, nos decía Pascal, y nosotros añadiríamos: a veces es bueno actuar emocionadamente y otras veces es también adecuado razonar las emociones, pero no hay manera de saber con exactitud cuándo toca cada cosa.


En todo caso que no se asuste el lector. Si no podemos ofrecerle grandes certezas al menos sí intentaremos ser amenos. El tema lo merece, porque estudiar  las emociones bostezando, o sin la menor capacidad de emocionar al lector, sería una muestra concluyente de nuestra profunda ignorancia sobre el tema. Nos proponemos como mínimo disimularla. Pero volviendo a la reflexión inicial sobre la presa y la parsimonia: mentiremos… ¡es irremediable!


 

F. Borrell i Carrió
Artículo publicado en la revista Dimensión Humana,
Abril 1998