La crisis de las hamburguesas gigantes
El pasado 14 de diciembre se celebró en el Colegio de Médicos de Madrid un curso sobre “Actualidades en el manejo de los factores de riesgo cardiovascular”, dirigido por la Dra. Teresa Mantilla (Sociedad Madrileña de Medicina de Familia) y el Dr. Jesús Millán (Sociedad Española de Arteriosclerosis), donde me correspondió impartir una conferencia sobre aspectos éticos de la cuestión. Dediqué la segunda parte de mi exposición a analizar la “crisis de las hamburguesas gigantes” que constituye un tema de la mayor actualidad en este terreno.
¿Debe intervenir el Estado en la publicidad? Y si esto es legítimo, ¿hasta dónde puede llegar? La reciente polémica sobre campaña publicitaria de Burguer King sobre las hamburguesas XXL pone el debate sobre la mesa. El Ministerio de Sanidad ha recomendado la retirada de la publicidad, denunciando además que infringe un pacto de autorregulación para promocionar dietas saludables, firmado hace un año por empresas dedicadas a la restauración, entre las que, al parecer, se contaba Burguer King. De manera desafortunada, en mi opinión, se ha hecho leña política de una cuestión que merece una reflexión de mayor alcance.
Entiendo que el Estado no tiene entre sus funciones intervenir en la vida privada de la personas, por tanto, no puede prohibir que los ciudadanos coman lo que quieran. Pero pienso que sí tiene una responsabilidad en la dimensión social de los comportamientos, con especial atención a la defensa de las personas que son de algún modo débiles y dependientes. La publicidad engañosa no puede ser autorizada porque pone en situación de inferioridad al ciudadano que no tiene recursos para desenmascarar el fraude por si solo. Tomando el caso de las hamburguesas gigantes nos debemos preguntar si el consumidor habitual está adecuadamente informado sobre el significado que tiene para su salud una ración de 1000 calorías, presentado como un auténtico alarde de “hombría”. ¿Saben los clientes que es lo más parecido a zamparse 10 huevos fritos? No estoy planteando que se deba prohibir su consumo, sino que se garantice un grado de información elemental, es decir, que como mínimo se obligue a acompañar la publicidad de una adecuada y comprensible explicación de los riesgos y las consecuencias.
Este asunto no es menor, si tenemos en cuenta las tendencias que la epidemiología nos está augurando con respecto al riesgo cardiovascular y los estilos de vida occidentales. Es muy importante que los médicos demos consejos sobre estilos de vida al paciente en la consulta; pero esto son gotas de agua en el océano que conforman la educación, los medios de comunicación y la publicidad. En estos momentos, cualquier intervención de las sociedades científicas sobre las políticas de salud pública puede tener un impacto infinitamente superior a la suma de sus médicos en la práctica individual en las respectivas consultas.
Es una necesidad social perentoria sentarse a estudiar regulaciones y normativas prudentes que ahuyenten las tentaciones de lucro por parte de las compañías comerciales que operan en campos de algún modo relacionados con la salud, abusando de la credulidad, el desconocimiento o la inexperiencia del ciudadano. La sociedad confía en que los médicos, como corporación profesional y a través de nuestras sociedades, aportemos nuestro conocimiento desinteresado e independiente, para contribuir a garantizar un consumo responsable.
ROGELIO ALTISENT TROTA. Médico de Familia. Profesor de Bioética en la Universidad de Zaragoza. Instituto de Bioética y Ciencias de la Salud. Zaragoza.
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