Cómo agregar años a la vida y vida a los años
Recuperamos un fragmento del extenso artículo publicado en el número de noviembre de 1997 de la revista Dimensión Humana titulado El Arte de Vivir y la Salud.
Una mayor duración de la vida (aumento de la vida media y de la esperanza de vida, como dicen los demógrafos) es un hecho que se ha generalizado en todo el mundo. Efectivamente, se agregan años a la vida y éste es un logro y un éxito que se puede exhibir gracias a los avances médico-sanitarios y sus efectos positivos sobre la salud pública y el mejoramiento de la salud a nivel personal. Lo que no se ha logrado de una manera generalizada – y no sería justo responsabilizar de ello exclusivamente a la medicina y a los médicos – es agregar vida a los años, entendido esto como forma de mejorar la calidad de vida. Esta mejora no consiste en tener más cosas, sino en ser más persona; ser más felices, alegres, activos, participativos, solidarios… La ciencia nos ha permitido alargar la vida; nos ha faltado con frecuencia la sabiduría para mejorarla, para disfrutarla, sin caer en el consumismo que nos aliena.
Esto es lo que he intentado – sigo intentando – en una búsqueda que no cesa y que no terminará mientras dure mi existencia. Procuraré explicar muy brevemente, no una fórmula para la buena salud y la larga vida, sino lo que hago como parte de mi aprendizaje sobre el Arte de Vivir.
Desde 1953 he recorrido ya un largo camino de búsqueda. Esta búsqueda no ha tenido como preocupación central una larga vida, sino una cuestión más total y global: simplemente aprender a vivir. Vivir es un hecho perogrullesco: saber vivir es un hecho raro.
A lo largo de 45 años he ido incorporando enseñanzas y experiencias muy diversas. Su inicio, que fue el despertar de esta inquietud, fue el contacto con un sacerdote español – Florentino Ezcurra -, enviado a la ciudad donde yo vivía (Mendoza, la más bella de Argentina) donde finalmente murió desahuciado por quienes lo habían atendido. Sin embargo, un médico español, naturista, recuperó su mensaje y enseñanzas, hasta el punto de vivir hasta hace poco tiempo, sobrepasando los 90 años y trabajando hasta los últimos meses de su vida llevando a cabo una acción pastoral/apostólica muy intensa. Luego, con el naturista chileno Lasaeta Charán – cuya acción se extendió por toda América latina – aprendí (y lo he aplicado siempre) la importancia de la buena circulación de la sangre, el buen funcionamiento del intestino y, sobre todo, la curación por medio de la misma alimentación (“que tu alimento sea tu remedio”, como decía Hipócrates). Más de treinta años después de haber conocido e incoporado a mi vida esos consejos de Lasaeta Charán, estudiando el taoísmo, en un médico chino del siglo X, Chany Tsung-Cheng, encontré formulados estos principios: “todos los médicos saben que la libre circulación de la sangre es el factor más importante para la salud. Pero si el estómago y los intestinos están bloqueados, entonces la sangre y la energía se estancan”.
Recogí luego parte de la experiencia y la sabiduría de los indígenas mayas con quienes conviví, especialmente la curación mediante el uso de yerbas, lo que también aprendí de muchos campesinos de mi patria latinoamericana. Ya con una fundamentación científica aprendí muchas cosas de la gerontóloga rumana, la doctora Ana Aslan; luego incorporé elementos de la eutonía a través de Gerda Alexander, en cuanto a la forma de tener y mantener un tono vital alto a través de las experiencias que hicimos con Patricia Stokoe (reconocida maestra de lo que ella llamó la senso-percepción), para enseñar a la gente a liberar las taras y traumas que tenemos en un cuerpo que ni conocemos, ni cultivamos. Ahí integramos – en un trabajo que quedó truncado con la muerte de Patricia – la reflexología holística, la kinesa psicosomática, la relajación y la bioenergética.
Incorporaré a mi tratamiento para el cuidado de la salud el t’ai chi chuan y otros aspectos conexos de la sabiduría china, para ser más precisos, del taoísmo que le sirve de marco de referencia. En lo estrictamente psicológico, la logoterapia de Víctor Frankl y la psicología transpersonal de Maslow que, combinado con el t’ai chi, fueron elementos sustanciales para lograr un mayor equilibrio psicológico. Si durante muchos años, para lograr la paz interior combiné el budismo zen y elementos de la teología ascética de estilo ignaciano, actualmente el “cóctel” que utilizo es una combinación del taoísmo y la espiritualidad de Francisco de Asís, que te lleva a vivir en comunión con la naturaleza y con todo cuanto vive, y te desarrolla una capacidad de tener una conciencia planetaria y una conciencia cósmica.
En 1997, si tuviese que expresar esquemáticamente en qué tradiciones o marcos referenciales sustento mi búsqueda de agregar años a la vida y vida a los años, me valdría del esquema que el doctor David Sobel propuso sobre el enfoque integral de salud, asumiendo elementos de la medicina científica occidental (especialmente de la medicina humanista) y de los sistema alternativos.
Durante este proceso de aprendizaje y experiencias constaté que, al margen de los elementos positivos de las nuevas terapias y formas alternativas de mejorar la salud, era muy frecuente que absolutizaran la importancia de algunos aportes que eran efectivos, pero sólo para cosas circunscritas y puntuales, pero se les quería dar una relevancia, más allá de lo que podía alcanzar o proporcionar. Otra limitación que encontré, en cuanto a la “garantía” de las alternativas que se proponen, es la siguiente: mientras la medicina clásica o alopática (con todas las críticas que le podamos hacer), confronta sus formulaciones y sus logros con los requerimientos y exigencias del método científico (control, reproductibilidad, etc.), la mayoría de las propuestas alternativas no han sido sometidas a estas exigencias, lo que no significa que no se hayan alcanzado muchos logros. Al no existir las exigencias a las que hice referencia, esto ha permitido los casos de “charlatanería”, de “brujería”, de “engaños”, como son la organoterapia, la cirugía psíquica o la medicina psiónica entre otras. En otros casos se trata de falsos gurús que pretenden curarlo todo u ofrecer paraísos terrenales.
Digo todo esto para relativizar el valor de mi propia experiencia. Haber llegado a los 68 años sin haber ido nunca al médico para curar una enfermedad, haber gozado siempre de buena salud y de vivir desarrollando una actividad cuya intensidad es por encima de lo normal de los mortales, no tiene para mí una significación científica, ni siquiera medianamente relevante… De ahí las resistencias que puse al doctor Turabián (Secretario de redacción de la revista), cuando me propuso escribir este artículo.
Ezequiel Ander-Egg
Sociólogo y economista.
Profesor de Sociología de la Educación en la Universidad de Mendoza (Argentina)
Consultor de las Naciones Unidas en Planificación Nacional y Local.