Hacia el fin de la excepcionalidad ofrece en un editorial de AMF cinco ideas revolucionarias para gestionar la crisis sanitaria a partir de ahora
El SARS-CoV-2 no va a desaparecer. Esa es la mala noticia. La buena, que las vacunas generan inmunidad en personas mayores sin los riesgos que representaría una infección natural. Lo esperable sería que todos nos contagiemos múltiples veces en nuestros repetidos contactos con el virus, y que este hecho vaya mejorando nuestra inmunidad tanto individual como colectiva.
La vacunación basada en la evidencia y la equidad debe ser prioritaria. En ese sentido el texto avisa que el papel de las dosis de recuerdo debe estudiarse con más detalle y recuerda que vacunar a toda la población, incluyendo a la de muy bajo riesgo y la infantil, no va a evitar la circulación del virus. Y al mismo tiempo advierte de que algunos países pobres aún no han podido completar la vacunación de los mayores o los profesionales sanitarios.
Es imprescindible que la comunicación se dirija a una sociedad adulta y no utilizar el miedo como estrategia comunicativa: “Se retransmiten en directo cifras récord de contagios sin aclarar que la mitad son asintomáticos”. Y el texto continúa: “Al miedo se le une a menudo la culpabilización. Contagiarse o contagiar un virus respiratorio no es culpa de nadie”. De hecho, tal y como se indica en el editorial, los gobiernos no pueden traspasar a los ciudadanos sus responsabilidades en estos ámbitos.
Recuperar la «vieja» normalidad (sin mascarillas ni limitaciones de la interacción social), centrando esfuerzos en proteger a las personas más vulnerables (actuaciones específicas en ámbitos como las residencias geriátricas) es esencial. Sobre todo en las colegios, institutos y universidades, el balance beneficio-riesgo de el cierre de clases y la toma de medidas estrictas es desfavorable.
Dejar de hacer para poder hacer: El rastreo y cuarentena domiciliaria de los contactos —llevada a cabo básicamente en Atención Primaria— consume mucho tiempo y recursos. Sin embargo, cuando aumentan los contagios de forma exponencial, este sistema deja de ser viable y colapsa rápidamente. A cambio, supone el desplazamiento de actividades preventivas, el diagnóstico de nuevas enfermedades graves o el control de enfermedades crónicas. “El objetivo debe ser tratar la COVID cómo hacemos con la gripe”.
El texto concluye que “debemos acabar con la excepcionalidad: la COVID-19 debe ser tratada como el resto de enfermedades. La inmunidad adquirida y la llegada de ómicron así lo permiten”.
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